Tenemos la costumbre de anclarnos en un recuerdo, en ese
algo que algún día nos sacó una sonrisa o nos encendió un corazón aparentemente
apagado y que tanto anhelamos recuperar. Pensamos que con una pizca de esfuerzo
y otra de ganas todo volverá a ser como antes. Creemos que es fácil, que solo
harán falta unos días para recuperarlo. Pero estamos equivocados, y aunque lo
sabemos, hay un algo en nuestro interior que lucha por querer que la realidad
pase a un segundo plano y no nos muestre que las cosas cambian y evolucionan, o
que simplemente somos nosotros los que cambiamos y no sabemos adaptarnos a lo
que teníamos antes. Y es que nos aferramos a un pasado que no hace más que
dañarnos y condicionar a la persona que hoy en día somos. Hay que borrar
cualquier resquicio que nos haga involucionar, romper todas esas cadenas, que
muchas veces nos creamos nosotros mismos, y seguir adelante con todas las
consecuencias que ello conlleve. Serán buenas o malas, eso no lo sabemos, pues
lo que diferencia a un recuerdo de un porvenir es que el primero lo conocemos y
el segundo es meramente algo que llega en algún momento, sin saber cuándo ni
dónde.
Recordar es pasado. Imaginar, futuro. Pero lo que debemos
hacer es vivir, y eso solo se hace en el presente.
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