domingo, 20 de septiembre de 2015

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Tenemos la costumbre de anclarnos en un recuerdo, en ese algo que algún día nos sacó una sonrisa o nos encendió un corazón aparentemente apagado y que tanto anhelamos recuperar. Pensamos que con una pizca de esfuerzo y otra de ganas todo volverá a ser como antes. Creemos que es fácil, que solo harán falta unos días para recuperarlo. Pero estamos equivocados, y aunque lo sabemos, hay un algo en nuestro interior que lucha por querer que la realidad pase a un segundo plano y no nos muestre que las cosas cambian y evolucionan, o que simplemente somos nosotros los que cambiamos y no sabemos adaptarnos a lo que teníamos antes. Y es que nos aferramos a un pasado que no hace más que dañarnos y condicionar a la persona que hoy en día somos. Hay que borrar cualquier resquicio que nos haga involucionar, romper todas esas cadenas, que muchas veces nos creamos nosotros mismos, y seguir adelante con todas las consecuencias que ello conlleve. Serán buenas o malas, eso no lo sabemos, pues lo que diferencia a un recuerdo de un porvenir es que el primero lo conocemos y el segundo es meramente algo que llega en algún momento, sin saber cuándo ni dónde.


Recordar es pasado. Imaginar, futuro. Pero lo que debemos hacer es vivir, y eso solo se hace en el presente.

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